Entre la elegancia barroca y el presente más inmediato, Nieves González habita un territorio pictórico donde la tradición no se cita, se reinterpreta. Su trabajo opera como un espejo entre siglos: un ejercicio de relectura visual en el que la pintura clásica se convierte en materia viva, capaz de hablar el lenguaje de hoy sin perder su carga simbólica.
Su pintura representa la tensión entre lo que veneramos y lo que ya no nos representa.
Su práctica, profundamente anclada en la historia del arte occidental, reimagina lo sagrado y lo profano desde una sensibilidad contemporánea. En sus lienzos, los ecos de Velázquez o Zurbarán conviven con abrigos acolchados, santos que miran directamente a la cara, o el chándal entre otros gestos propios de nuestra era visual. Cada pieza es una conversación entre la herencia y la reescritura. González entiende el canon como un cuerpo mutante: una base desde la que pensar la identidad, la belleza o la memoria desde nuevos códigos.


Del lienzo a portada
Este mismo gesto fue el que llamó la atención de Leith Clark, directora creativa del nuevo disco de Lily Allen, West End Girl. Clark buscaba una imagen que capturase la dualidad del álbum —entre vulnerabilidad y fuerza, entre confesión y artificio— y encontró en González la voz pictórica perfecta. El retrato que acompaña el lanzamiento, de estética clásica pero con un aura ultracontemporánea, se volvió viral: una portada que parece sacada del siglo XVII, pero con la mirada del 2025.

Su pintura es eso: un puente. Entre siglos, entre estilos, entre maneras de mirar. Un imaginario que la artista andaluza sigue plasmando desde Granada, donde actualmente reside y trabaja. En plena efervescencia mediática por haber firmado la portada de West End Girl, González reafirma lo que ya venía siendo evidente: su capacidad para ver en la tradición una oportunidad para traer a la actualidad una nueva historia.