Ahora que no nos oye nadie, te digo que las normas están para saltárselas. Sí, como lo lees. ¿Por qué tenemos que aceptar todo lo que nos digan, agachar la cabeza ante cualquier atisbo de luz, de fantasía que nos devuelva a la vida? Pues en plano foodie… más de lo mismo. Si algo nos han enseñado años y años de rica glotonería es que en la cocina nada está escrito y, de estarlo, se puede borrar y reescribir. Un precepto que no se saltan en Arrallo, clara cocina gallega pero con un twist que renueva de dentro hacia fuera. ¡Así, sí! F: Cortesía de Arrallo

Situado a un tiro de piedra de Gran Vía y recibiendo tanto a turistas como a locales, Arrallo es de lo más canalla que nos podemos echar a la boca en el centro de Madrid. Un lugar donde las etiquetas y las sofisticación que están de más se quedan en la puerta, porque lo que pretende es que comamos y que lo hagamos como Dios manda.

Las influencias y el mestizaje con otros modos de entender la gastronomía son el mayor foco contaminante en el Arallo de Iván Domínguez

Mesas, una barra gigante y mucha explosión gallego-asiática que agradece nuestro paladar y ese espíritu gamberro que llevamos dentro. Un punto de encuentro con esta cocina de producto y de lo más viajera que el chef Iván Domínguez se encarga de promulgar desde un púlpito con cada día más adeptos. Una cocina atlántica contaminada por todo lo bueno que la cultura asiática pone a nuestra disposición y donde cualquier latitud foodie es bien recibida.

Cocina de tierra tratada en frío, al vapor, en guiso, frita o a la brasa que provoca a las papilas gustativas de cualquiera que se siente a la mesa (o a la barra) que, con opciones de lo más exóticas, se apuntan el tanto sin mucho esfuerzo. ¿Qué comemos? Pues, sin dudarlo, su tartar de gambón y carabinero, ceviche de corvina, berberechos a la brasa, chipirones salteados con miel y mostaza, empanada crujiente de xoubas, dumplings de cochino con manzana, canelones de carrillera de ternera, tuétano a la brasa y steak tartar, albacora con judías verdes y ajada de kimchi, bao de pato, pizza fina de anguila con mango y berros o un costillar de ternera asada y patata machacada. Su carta de vinos es digna de echarle más de un ojo para entregarse, definitivamente, a la causa. Un canto a Galicia, ¡hey! (que diría nuestro Julio Iglesias.