La esquina situada en lo alto de la Rambla del Raval con calle Hospital llevaba años ofreciendo propuestas que no terminaban de cuajar. Este chaflán necesitaba de una cocina viajera como la que lleva dos años sirviendo para poder asentar una propuesta que pudiera ser entendida por el que quizás sea el barrio más multicultural de la ciudad: el Raval. Mucho soul y comida internacional que viaja por 23 países forman este combo ganador, que –menos mal– no pretende tirar del denostado concepto ‘fusión’ y que, muy al contrario, nos lleva de viaje de punta a punta del continente. Así es Chaka Khan, un restaurante con dos espacios que toma prestado su nombre de la Reina del Funk de los ’70 y que marida sus platos con una coctelería que desprende tanto groove como su carta. F: Todas las imágenes por cortesía de Chaka Khan

Entrar a Chaka Khan es que el Ain’t Nobody te tome el alma, eso es puro funk. En la planta baja es donde encontramos su parte más informal, con platillos pensados para compartir mientras el bartender Byron Merchán agita sus cócteles, inspirados –como la carta– en los sabores del mundo. Subir al piso superior es más como sentir en carne propia el I’m Every Woman, un espacio en el que, sin perder el groove ni un momento, puedes notar cierto aire de distinción. Aquí la propuesta toma un aire más gastronónomico y su barra, capitaneada por el chef Javier Ojeda, sirve platillos con cierto aire de sofisticación sin perder ni un momento el espíritu cosmopolita del restaurante. Luces más bajas, una atención híper personalizada por parte del propio Ojeda y platos que explotan en tu boca de puro sabor, bien merecen este viaje a través de tres menús degustación, que van desde los 38€ del corto hasta los 52€ del más largo.

Entrar a Chaka Khan es que el Ain’t Nobody te tome el alma, eso es puro funk

Tras hacer escala en países como Vietnam, Japón, Argentina, México, Singapur, Ecuador, Tailandia, Senegal, Brasil, Perú, Mozambique, Venezuela, Irán, India, Kenya, China, Marruecos, Guatemala, Sri Lanka, Filipinas, Corea y Sudáfrica, por poner algunos ejemplos; llegó el momento de poner nombre y apellidos a lo que se sirve en la mesa. Los jeow mak keua de Laos son un buen punto para empezar nuestro viaje a base de un asado de berenjena asiática en brasa, con cebolla roja, chile y ajo, posteriormente ahumado y aderezado con yogur, menta, cilantro, aceite de menta y cebolla japonesa y chile tailandés. ¿Te ha gustado el destino? Pues puedes seguir tu ruta vía Singapur con el chili crab y mantou frito, un cangrejo de concha blanda que se come entero, cocinado en ligera fritura, salseado con tomate, cebolla frita, un poquito de lima y acompañado por el pan de miga tradicional cantonés. Para nosotros, uno de los hits de la carta, junto a la ensalada marroquí –servida con garbanzos, espinacas, hummus, dátiles, arándanos y pan de pita, con matices de tahini, pistacho o el dulzor del dátil– son las arepas venezolanas, ambos platos sabrosísimos que elevan al máximo lo mejor de la receta original.

Además, siguiendo el espíritu aventurero del staff, la carta cambia dos veces al año, lo cual supone una inmersión en libros y viajes por parte de Ojeda que deriva en nuevos platos para un comensal sin prejuicios en cuanto a gastronomía se refiere.

La carta de cócteles, que bien merece un párrafo, también varía con la carta y reúne ocho referencias pensadas para ser el maridaje oficial a los platos de Ojeda, pero que también funcionan por libre y que se pueden probar una tarde o noche cualquiera en el Chaka Khan sin necesidad de cenar. Buenos ejemplos son el ​Sawadee Cup​ inspirado en Tailandia, que incorpora a una base de ron productos ​cocinables​ como el coco, el chile, la hoja de kaffir y la guindilla; o el ​Bustani Sour, ​un sour de ginebra con lima, azúcar y un sirope casero de romero. Como uno puede suponer, la coctelería clásica también tiene hueco en Chaka Khan.