He aquí uno de los restaurantes más entrañables y peculiares de la ciudad. Situado en un bajo del Eixample Dret, el lugar está regentado por Albert y Chesca, una pareja de huyó de la empresa farmacéutica en la que trabajaban en busca de mejor cobijo y parece ser que lo han encontrado. Entrar en el Gurqui es como deslizarse en una casa ajena en la que, eso sí, sabes que el anfitrión te va a servir muy bien. Un comedor clásico de los edificios del barrio combina cinco únicas mesas (ocho en verano cuando abren la terraza trasera, además de algunas mesas recién instaladas en la calle) que te hacen sentir como en tu propio hogar, pero con exquisita compañía y un ambiente algo bohemio muy agradable. La decoración también es curiosa y se adivina que el dueño de este agradable piso recorre mercadillos y anticuarios de forma habitual.

El restaurante también cuenta con un bar en el que tienen una extensísima carta de vinos. Más de cincuenta referencias que pueden hacer oscilar el precio de tu cuenta de forma vertiginosa. La cocina de mercado que sirven en el Gurqui combina ingredientes frescos y de primera calidad con recetas propias de autor. Eso sí, la carta es inexistente y los platos del día son fruto del capricho del chef, que sirve hasta pasada la una de la madrugada. Así pues, estamos ante uno de esos pocos sitios en los que la carta es cantada.

Para que te hagas una idea, puedes encontrar platos como la tortilla de patatas con trufa o almejas de carril al saque de entrantes y seguir con un delicioso tartar de atún o los huevos de pato con foie y patatas paja. Para terminar se puede probar con el helado iogur búlgaro o el clásico coulant acompañado de vainilla y fresitas, solución infalible para los más golosos. El pack saldrá alrededor de los 50 euros, pero la cuenta es una incógnita hasta el último segundo.

Aunque si hay alguna incógnita que quede despejada desde el primer instante, esta es que el Gurqui es un restaurante sólo apto para los sibaritas amantes del riesgo.