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Poco se le puede reprochar a James Rhodes en sus cerca de 280 páginas con Instrumental (Blackie Books, 2015). Un libro que no es novedad pero que resulta novedoso, que es lo que importa, ¿no? Va de cara, sin ambages. Se abre en canal el tipo. 

“La música clásica me la pone dura”; “Si le quitáis la palabra clásica puede que lo entendáis mejor”, nos dice. Unos segundos para la reflexión y…, ¡Ding! Ya lo tienes. En La menor. Su pasión por la música, su salvavidas. De eso va la novela. Bueno, de eso y de algo más. Algo para lo que nadie está preparado. Algo incómodo. Pero no me acelero, aquí todo tiene su tempo. La música va de eso.

Toca las ochenta y ocho teclas de su Steanway tan bien, que no es de extrañar que el teclado del ordenador tampoco se le haya resistido

Resulta que Rhodes es un jodido virtuoso del piano. Toca las ochenta y ocho teclas de su Steanway tan bien, que no es de extrañar que el teclado del ordenador tampoco se le haya resistido por mucho tiempo. Te atrapa y no te suelta. Para ser más precisos este “dedo fino” es capaz de dejarte tan sedado como si te hubiesen inyectado en vena un chute de Orfidal®, hundido en la mierda vamos. Su mierda de hecho, por puro mimetismo. Una cabronada por su parte. Te deja aterido, y de repente empieza a sacudirte de forma violenta por los hombros hasta acabar hostiándote el jetamen a palma abierta.james-rhodes-instrumental-4

Le he escuchado tocar a Bach, Chopin, Rachmaninov, Schumann…, hace lo mismo. Cuestión de digitación, y otra cosa. Si lo escuchas tocar, entenderás porque escribe como escribe. Si lo lees entenderás porque escribe y toca como lo hace. Todo tiene un porqué. No hace falta ser la persona más melómana de la tierra para entender a Rhodes, sólo ser humano. Entender que se desvive por una pasión, que se aferra a ella como a un clavo ardiendo. Para sobrevivir. Como muchos de nosotros. Algo más o menos normal, salvo que a ninguno se nos ha zumbado un profesor de gimnasia de forma reiterada cuando teníamos seis años. Un buen handicap, ¿cierto?

A esa edad es fácil pescar el anzuelo de un afecto ficticio. Sin darte cuenta te ves abocado a los deseos de un pervertido cuya única intención es la de desahogarse contigo en horario extraescolar. El profe de gimnasia. Un cliché. Se ve que tu candidez le pone cachondo perdido. Tan real como deleznable. No sirve de consuelo saber que no has sido el único. En este caso no.

Para más INRI, resulta que una víctima de abusos sexuales acaba atribuyendo toda su desgracia a sus propios actos. Una losa que ni Sísifo. Una maldita espada de Damocles en forma de pene perturbando tu vida como un 7-Eleven, 24/365. De traca. Cuesta un mundo recuperar las riendas de tu vida. En su caso la música lo consigue. Como motor y bálsamo al mismo tiempo. Eso y un hijo precioso al que proteger de todos los males que ha vivido.

James Rhodes, orquesta y ejecuta Instrumental en tres movimientos. Sí. movimientos, como si de una maldita partitura de Bach se tratase. De hecho hasta tiene preludio y entreactos.

Inteligente, febril, crudo, taimado, manipulador, contenido, desgarrado, abúlico, crítico…, así se muestra Rhodes. Lo vomita todo. Y luego saca bilis. No tiene nada que perder, ya se lo robaron a los seis años. Solo cosas que ganar. Mejor aún, cosas que aportar. Denuncia social, lección musical, autoayuda, y una patada en los mismísimos a la industria musical.

Eso es Instrumental, un instrumento en sí. Uno que hay que tocar cada vez que los demás fallen. Tanto si te gusta la música como si tienes algo de sensibilidad, incluso si eres un pederasta, o tienes intención de serlo. En ese caso, por favor, pide ayuda antes de hacer cualquier locura. Estás a tiempo.

Aplaudan a James Rhodes, al buen escritor, al músico virtuoso, al hombre valiente. Habrá BIS, seguro.