En Barcelona hay un proyecto que entiende la decoración como un gesto de memoria. La Frágil no busca llenar hogares de objetos nuevos, sino devolver a la vida piezas que ya han vivido otras historias. Su selección es afinada, estética, muy emocional. Reúne objetos vintage que destilan autenticidad: cristal con pátina, cerámicas con carácter y diseños que tienen ese tipo de encanto que solo aparece cuando un objeto ha pasado por otras casas, otras mesas y otras luces. Piezas que elevan cualquier espacio porque llegan cargadas de memoria y de esa belleza propia de lo genuino que no se puede fabricar.


Su Instagram funciona como catálogo, moodboard y radar: además de una ventana a su sensibilidad, sirve para anunciar lo nuevo disponible (y ojo porque vuela). Todo está curado con un ojo que evita lo evidente y apuesta por objetos que transforman un rincón sin esfuerzo. De vez en cuando, La Frágil abre su universo a otras propuestas emergentes. El 17 de octubre lo hicieron con Curated Butters en una pop-up que unió piezas vintage y mantequillas artesanales en un diálogo tan inesperado como perfecto.


La Frágil no solo vende objetos; quien sigue su feed valora las cosas bien elegidas y sabe que parte del ritual consiste en esperarlas. Su propuesta resuena en quienes busquen elementos con alma capaces de aportar textura al espacio: cada pieza que rescatan encuentra nueva vida y, de paso, añade una capa de historia en la casa de quien la adopta.