Las cosas que perdimos en el fuego
Ayer Europa tembló ante la fatídica noticia del incendio que se produjo a las 18:50 en la catedral de Notre Dame. Los viandantes de la Île de la Cité observaban absortos las llamas y los centenares de turistas congregados en la catedral de París, una de las más antiguas de estilo gótico del mundo, fueron desalojados con premura del edificio. Las investigaciones han confirmado que el incendio no fue producido por un atentado, como la CNN sospecharía en un principio. El fuego que partiría de la base de la aguja de Viollet-le-Duc que encumbraría su crucero sería generado por un hecho accidental en el área de las obras de renovación que se llevaban a cabo en la cubierta del edificio.
La humareda se anexionó a las nubes del paisaje parisino generando un triste óleo
Las instituciones francesas han declarado que el incendio ha sido extinguido por completo a las 10:00 de esta mañana tras el esfuerzo por parte de los bomberos, pero la devastación ha sido profunda por la pérdida de parte de los tesoros que albergaba el templo, como la aguja gótica, la flecha de París, que se derrumbó derrotada por las llamas. El fuego se propagaría a posteriori por las estructuras de madera y el techo del edificio centenario, que fuera levantado entre 1163 y 1345. La humareda se anexionaría a las nubes en el paisaje generando un triste óleo en la jornada de ayer. Mientras, cientos de viandantes observaron boquiabiertos sobre los puentes del río Sena avistaban cómo las llamas devoraban uno de los iconos de cultura europea.
Las fachadas, los campanarios y los contrafuertes voladores, así como el resto de la estructura general del edificio han sido salvados
Cerca de medianoche el fuego parecía controlado y el portavoz del Cuerpo de Bomberos de París adujo esta mañana: «Hemos salvado las torres, que están seguras en este momento. Las tribunas también están consolidadas. El corazón de la nave, sin embargo, está muy deteriorado». Al parecer, lo primero que han comentado los primeros que han entrado en la iglesia es que parecía que hubiese sido bombardeada. Olivier de Chalut, ingeniero del Estado francés, afirmaba en unas declaraciones que aunque ya estén en marcha las maniobras de restauración la estabilidad de las estructuras se ha tornado dudosa: » Los tablones de madera que tienen ocho siglos de antigüedad se están agrietando». Al menos se han salvado las fachadas, los campanarios y los contrafuertes voladores, así como el resto de la estructura general del edificio.
Resulta triste que un edificio cuyo proceso de construcción desde finales del siglo XII transcurriera durante casi tres siglos y haya sobrevivido a la Revolución Francesa –período en el que el templo sirvió como almacén para alimentos y fue víctima de diversos saqueos de obras-, a diversas insurrecciones populares o a las bombas de los nazis en la Segunda Guerra Mundial haya sido destruido por las llamas. Tanto sudor humano anexo a cada piedra, tantas energías de mano de obra lumpen proletaria precaria vertida a la deriva.
Se estima que el edificio será reconstruido durante unos cuantos años. La Alcaldía de París ha puesto en marcha una colecta internacional y de donaciones privadas, así como una operación para «salvar todas las obras de arte». Obras tan fundamentales para el patrimonio histórico como la Corona de Espinas y la Túnica de San Luis, que pertenecería a Luix IX (1214-1270), dos de las reliquias más importantes de la catedral, están a buen recaudo. No ha corrido la misma suerte el gran órgano de Aristide Cavaillé-Coll, que consta de cinco teclados y casi 8.000 tubos, tres rosetones de 10 metros de diámetro y cuantiosas pinturas como ‘Santo Tomás de Aquino’ de Antoine Nicolás (1648) y ‘La visita’ de Jean Jouvenet (1716).
Como diría Walter Benjamin en su ensayo inacabado Libro de los pasajes (Suhrkamp Verlag, 1982; AKAL, 2004): “Perderse en la ciudad es como perderse en un bosque.” Apuesto que los flâneur parisinos se han quedado algo huérfanos tras lo ocurrido. Y se perderán una y otra vez, recorrerán las calles de la capital gala hasta desembocar en una Notre Dame semidestruida, un símbolo de la hegemonía occidental fulminado.