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Óscar Broc

“No soy un elefante, no soy un animal… ¡Soy un ser humano! ¡Soy un hombreeee!”. No es Isabel Pantoja antes de entrar en Alcatraz. Quien profiere el lamento es John Merrick en la magistral película de David Lynch El Hombre Elefante. El monstruo implora a la humanidad que vea más allá de los quistes aberrantes que hacen de su cara y cuerpo un mapa tridimensional del Annapurna. El problema es que Merrick tuvo la desdicha de nacer contrahecho en la época victoriana,  y por aquel entonces el célebre aforismo “que hablen mal de uno es espantoso, pero es peor que no hablen” solo se atrevía a defenderlo Oscar Wilde…Y acabó en el trullo.

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Si Merrick hubiera lucido el torrezno que tenía por cara en el siglo que nos contempla, sería una maldita estrella: la gente le pediría selfies en la cola del Condis, internet se empaparía de memes con sus nódulos faciales como gag recurrente, saldría en el Instagram de Bibiana Ballbé y la revista Paper le barnizaría los bultos del cráneo con aceite de argán para sacarlo en portada. Su rollo incluso tendría más legitimidad que el de las estrellas de cine y las perras más mediáticas: él nunca tuvo que pasar por el cirujano para estar así. Los hay con suerte.

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El siglo XXI ha masticado, digerido y cagado el sentido común de la gente, dejando un reguero de destrucción e indignidad en forma de cuerpos manipulados, trinchados y parcheados hasta la náusea, como carne barata. Las redes sociales han hecho entrar los egos en fase supernova y lo que antes era una carrera más o menos civilizada hacia la notoriedad, ahora es un holocausto caníbal en la mesa de operaciones. El afán desmedido por ser alguien importante a toda velocidad y sin pegar ni golpe se ha revelado como una patología feroz que obliga a los infectados a traspasar líneas rojas más allá de la atrocidad postoperatoria, la mutilación, el cambio de jeto, la asimetría más fiera.

El ego del moderno está por encima de valoraciones positivas o rajadas monumentales; lo único que quiere es que se hable, se hable y se hable, más y más. Hasta que reviente Twitter. Hasta que reviente Instagram. Hasta que reviente Mario Vaquerizo

A diferencia de la era victoriana, en estos tiempos de hipertrofia cool y de culto a la desfiguración extrema, el tema sí es que hablen. Vaya si lo es. Oscar Wilde tenía razón, pero se equivocó por 200 años. El ego del moderno está por encima de valoraciones positivas o rajadas monumentales; lo único que quiere es que se hable, se hable y se hable, más y más. Hasta que reviente Twitter. Hasta que reviente Instagram. Hasta que reviente Mario Vaquerizo. Hay que vivir en una eterna embriaguez de Trending Topic, y hay celebs chaladísimas por ahí que son capaces de convertirse en el engendro de Cromosoma 3 y ponerse con el culo de Antony Hegarty para conseguirlo. El camino actual es el esculpido loquísimo, la cirugía HISTÉRICA, ESQUIZOIDE.

Renée Zellweger aparece en un acto social convertida en Antonia San Juan. La tía se ha cambiado el jeto enterito para agenciarse un rictus de transexual albaceteño que hace llorar a bebés, ancianas y caniches. Su cara ha dejado de existir. “¡Renée, Renée!”, les gritan los fotógrafos. Pero ella no dice “oui, c’est moi” porque ya es otra persona. Y ser otra persona ahora es lo más extremo. Nunca hablarán tanto de ti (o de tu nuevo yo) como ahora. De hecho, al cabo de unas semanas del Zellwegergate, una de las gemelas Olsen deja de serlo. No ha muerto ni nada. O sí. Yo qué sé. Lo cierto es que la persona que ocupa su lugar ya no es gemela de nadie porque también ha puesto el rostro en una picadora de carne y le ha dado el botón de encendido. Ahora parece la amiga fea de su hermana, pero vuelve a estar en el candelero. Otro cambio de identidad vía cara nueva. No será el  último.

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Si en las deformaciones faciales estilo mafioso a la fuga siempre se puede rastrear un trauma psicológico que termina justificando mínimamente la atrocidad cárnica, donde resulta imposible aferrarse a las leyes más elementales  de la lógica es en el encumbramiento del culo contra natura. Ha llegado a Modernilandia una nueva forma de vida de dimensiones ciclópeas que ha anidado alrededor del recto de Nicki Minaj, se ha multiplicado cosa mala y ha evolucionado hasta alcanzar su estado más perfecto en el bajo coxis de Kim Kardashian.

La era del culo hipertrofiado ha comenzado oficialmente con la manceba de Kanye West mostrando en la revista Paper unas nalgas remojadas en Koipesol que parecen los bíceps de Cthulhu (si Cthulhu fuera negro)

La era del culo hipertrofiado ha comenzado oficialmente con la manceba de Kanye West mostrando en la revista Paper unas nalgas remojadas en Koipesol que parecen los bíceps de Cthulhu (si Cthulhu fuera negro). Yerran los que ven en este doble airbag rebosante de lípidos reimplantados una defensa de la curva y el michelín. Esa bestia enlustrada no puede considerarse un trasero GORDO, pues su propietaria no está en absoluto GORDA. Es un culo pentadimensional en un cuerpo tridimensional. Hay una desproporción áurea que aberra. Las leyes de la física se desmoronan ante la asimetría radical entre percha y culamen. Se trata de una anomalía hipertrófica que no debería estar ahí, no debería existir en nuestro universo, pero alguien la puso, como el agujero de gusano de Interstellar (nunca mejor dicho lo de agujero). En la línea de Neil deGrasse, Carl Sagan, Curri Valenzuela y otros astrofísicos, me pregunto a qué otra galaxia nos conduce este pandero que derrite el espacio-tiempo como si fuera manteca en una sauna gay. Me gusta pensar que más allá del horizonte de sucesos nalgar de la Kardashian hay un sistema cular de exoplanetas habitables, orbitando alrededor de un culo masivo de helio e hidrógeno que lanza furiosos pedos al espacio a doscientos mil millones de grados Fahrenheit.

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Con la coartada solidaria en pro de la gordura desbaratada, lo que nos queda en el caso Kardashian es un culazo que podría hundir el Titanic convertido en símbolo de estatus. Cuanto más voluminoso –que no gordo, insisto- y desproporcionado te lo haya hecho el cirujano, más molarás. ¿Tetas de silicona? Esa mierda es para vigilantes de la playa menopáusicas. En el 2014, las nalgas elefantiásicas son el reclamo: titánicas, esféricas, infladas. Si acercas la oreja a una de ellas oirás el blop-blop de la grasa reciclada y el ácido hialurónico: es la banda sonora de una nueva generación de chicas abocadas al liporeciclaje. Siguen extrayéndose la grasa sobrante de cartucheras y abdomen, pero ahora, en lugar de lanzar los excedentes de tejido adiposo al mar o hacer pastillas de jabón con ellos, se los reintroducen en el organismo y los alojan en el culo para ascender en la escala social de este desquiciante siglo XXI.

El kardashianazo se extenderá a otras partes del cuerpo: testículos que parecen los puños de Hodor; pómulos como melones cantaloop; glandes del tamaño de un maracuyá colgando de un pingajo irrisorio; una teta descomunal y la otra pequeña como un níspero; y así todo el rato

Sí, desquiciante. Porque no tardaremos en ver clínicas clandestinas de culos hipertrofiados en el Raval, lúgubres negocios regentados por transexuales jubilados que por 20 euros te inyectarán panceta Oscar Mayer en las nalgas. Habrá carnicerías anales irreversibles. Y digo más, el kardashianazo se extenderá a otras partes del cuerpo: testículos que parecen los puños de Hodor; pómulos como melones cantaloop; glandes del tamaño de un maracuyá colgando de un pingajo irrisorio; una teta descomunal y la otra pequeña como un níspero; y así todo el rato… La parada de los monstruos está aquí. La cirugía correctora ha tocado techo: ya no se pueden fabricar nalgas más perfectas, no se pueden obtener anos más blanqueados, no se pueden esculpir mejores narices y colocar tetas más turgentes. No, no y no. Ahora se impone la otra cara de la moneda, es el inesperado triunfo de la cirugía deformante, lipoescultura inversa, la Isla del doctor Moreau… ¡Y no hace falta irse a un club de travestis de la Zona Franca para verlo! Ahora ya podemos disfrutar del horror desde el sofá de casa, en el escenario de los MTV Awards, en la alfombra roja de los Emmy, en las fiestas de Alaska y David Delfín.

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Me pregunto cómo habrá sentado el golpe a la raza culona, a esas personas pegadas a un pandero gelatinoso ad eternum por culpa de la genética y las grasas saturadas. Imagino a Terelu pensando: “joder, toda la vida intentando quitarme a golpe de cheque este iceberg celulítico que Dios me ha dado, todas esas llamadas  de madrugada al ¡Hola! para que pusieran más Photoshop en la portada… ¡PARA NADA!” Y es que todos, Terelu también, somos víctimas, hijos y esclavos del kardashianazo. Aunque también podría ser que Kanye West haya querido reafirmar su cada vez más maltrecha heterosexualidad surfeando en las nalgas cetáceas de su señora y lanzándole un órdago de testosterona al mundo: “verlo lo podéis ver todos. Pero tocarlo, sólo lo toco yo”.