Parece que es obligado que cualquier restaurante de cocina internacional que abra sus puertas en nuestro país debe adaptar su carta al gusto del cliente local. Lo han hecho los italianos, los de cocina francesa, los que sirven lo mejor de la gastronomía americana y, principalmente, los orientales… sea cual sea la región a la que representen. Pero siempre hay quien se rebela, quien se niega a adaptarse porque sabe que lo que viene de origen es lo que verdaderamente importa y que la autenticidad siempre es premiada por el cliente más versado en el buen comer. Hong Kong 70 es ejemplo de ello.

Situado a un tiro de piedra de la transitada Plaza Mayor (donde se siguen sirviendo unos riquísimos cafés con leche), Hong Kong 70 recibe al comensal sabiéndose único en su especie. Y es que si otros chinos y japoneses no han encontrado otra solución que continentalizar sus cartas para llegar a más fieles y responder a una tendencia absolutamente inclusiva (que no tiene razón de ser), este restaurante apuesta por no adaptar ninguno de sus platos porque lo que pretende es llegar a nuestro corazón del modo más auténtico que conoce.

Los creadores de Ninja Ramen mantienen el listón del éxito bien alto con Hong Kong 70, un cantonés que rompe las reglas y no se achanta al gusto más continental

Una propuesta que mantiene a Hong Kong como referente cultural y gastronómico absoluto, en la cocina urbana y los famosos puestos de comida callejera (o dai pai dong) su mejor expresión y en la década de los 70 como época en la que inspirarse para dar color, forma y marco a una ambientación que nos traslada al instante.

El nuevo negocio de los artífices de Ninja Ramen (el mejor ramen de la ciudad… en Malasaña) regentado por chefs made in Hong Kong que se encargan de diseñar una carta repleta de opciones de lo más genuinas, de dim sums a platos de verduras pasando por sopas, tallarines, asados y… la especialidad de la casa, el pato Pekín, al que acompañan con salsa, pepino, cebolleta y crepes para que te marques un do it yourself de los más adictivo.

Un restaurante dividido en dos plantas, dos modos de entender la cocina cantonesa donde ya busques sacarle provecho al rollo más callejero o abandonarte a la intimidad y relajación de los reservados en terciopelo, mimbre y neón, podrás disfrutar de un Hong Kong 70 en estado (demasiado) puro como para no saborearlo como bien merece.