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  • By Ariana Díaz Celma
  • @good2bes

Robata renueva su propuesta: tradición japonesa, carácter mediterráneo y brasa como ritual urbano

Robata renueva su propuesta: tradición japonesa, carácter mediterráneo y brasa como ritual urbano

Si hay algo que nos gusta en Good2b, además de comer bien, es hacerlo en entornos en los que todo detalle está cuidado a la perfección: la decoración, el servicio e incluso la música pueden hacer que una simple comida se transforme en toda una experiencia única. Si a esto le añadimos brasas, que es sinónimo de reunión, tenemos el hotspot perfecto. Robata no es solo un japonés más en la ciudad: es un cruce de caminos entre tradición nipona, carácter mediterráneo y esa modernidad urbana que hace vibrar las grandes capitales. Un lugar donde el producto habla por sí mismo y donde la técnica se intuye antes incluso de probarla, en el chisporroteo de la brasa japonesa que da nombre al restaurante.

La decoración, el servicio e incluso la música pueden hacer que una simple comida se transforme en toda una experiencia única

Así nos hemos sentido en Robata, el restaurante japonés cuyo aspecto exterior pasa desapercibido, pero cuyo interior deja prendado a cuantos los visitan. Su decoración toma como punto de partida las izakayas, tabernas clásicas japonesas, aunque le añade sofisticación y una interpretación muy personal de dicho concepto, a través de tonos oscuros, piedra y detalles de madera, que funden la tradición asiática artesanal con toques contemporáneos.

En el cento del concepto, encontramos la robata, el método de cocina japonesa que asa los alimentos sobre brasas abiertas, generalmente con carbón vegetal. Aquí todo sucede alrededor de un fuego que convierte cada plato en un pequeño homenaje al origen.

La nueva carta, creada junto a la chef y fundadora Fabiola Lairet, es una invitación a compartir —porque lo bueno siempre se comparte— y a dejarse llevar por una sucesión de bocados que flotan entre lo delicado y lo rotundo. Los gunkan de toro con huevo, de hamachi o de wagyu con trufa llegan a la mesa como pequeñas joyas brillantes; el usuzukuri de toro, tan fino que casi deja pasar la luz, demuestra que la precisión puede ser también sabrosa. Las gambas rojas a la parrilla abren la experiencia con esa sencillez magistral que solo funciona cuando el producto es impecable. Hay también espacio para la sorpresa tranquila: las setas Portobello —profundas, umami, elegantes— o las salsas caseras, como la mítica tare, que aportan un toque único -y secreto- a cada plato.

La experiencia se eleva con una selección afinada de vinos, sakes y cócteles que acompañan sin estridencias, y con un final dulce que no teme la teatralidad: fresas a la pimienta flambeadas con vodka, tibias, aromáticas, servidas con helado de vainilla bourbon. Un cierre que recuerda que en Robata también se debe guardar espacio para el dulce.

El diseño, obra del estudio Bru+Co y uno de los puntos que hacen la experiencia Robata única, busca la serenidad japonesa sin renunciar a la calidez cosmopolita. Maderas, sombras suaves y un ritmo de sala que invita a entrar en otra velocidad. Lo hace integrándose con naturalidad en la ciudad que vibra entre el Mediterráneo y la precisión oriental.

Robata es, en el fondo, un lugar para quienes buscan una mesa que invite a detener el día. Un restaurante donde el fuego marca el pulso y donde cada bocado se degusta en un ambiente único. Un rincón para quedarse, conversar y volver, porque algunas experiencias —como las brasas bien encendidas— nun cacansan.

Comer o cenar en Robata cuesta a partir de 50€, aunque recomendamos fervientemente su nuevo menú degustación, que tiene todo lo que puedes esperar de la vida por 80€.