La cabra siempre tira al monte y un carnívoro nunca se queda atrás. Después de pasarnos las últimas semanas entre italianos, japoneses, chinos y mexicanos lo que más apetece es volver a la proteína de un buen entrecot, un corte gallego de impresión, o cualquier cosa que admita unas brasas. Por ello, si me preguntan, no tengo ninguna duda de que si hablamos de carnes, y estamos en el barrio de Salamanca, las mejores son las de Buey Bistro. Y como prueba, un chuletón. F: Cortesía de Buey Bistro

Nos tenemos que remontar a 1982 (y dirigir al número 10 de la calle General Pardiñas) para conocer un poco más la historia del mítico El Buey. Un restaurante que, gracias a Octavio San José y a su socio, fue el pionero en ofrecer chuletones nacionales seleccionados al carbón de encina y servidos sobre platos de barro (elaborados por un alfarero de Toledo).

Nada más y nada menos que desde 1982 lleva Buey Bistro ofreciendo las mejores carnes del barrio… y, lo más seguro, de Madrid

Un Buey Bistro que ha sabido conectar con su público, durante casi 40 años, porque no hay amor más fiel que el amor de un paladar carnívoro. Y porque el amor a las brasas les ha permitido no solo que se hagan especialistas en carnes, sino también en otras materias primas como el pulpo o el bacalao.

Porque si impresionantes opciones son su solomillo fileteado, chuletón de buey gallego curado en seco o entrecot simmental de 350 gr., también disfrutamos de su ensaladilla rusa de corral, crujiente de verduras con ali-oli de membrillo, champiñón Portobello salteado con yema de huevo y queso Montgomery rallado, alcachofas confitadas, tequeños con salsa rosa, pastel de puerros y marisco con salsa holandesa, mejillones premium escabechados con chips de patatas caseras, tosta de gulas sobre base de champiñones, croquetas caseras de leche fresca de oveja y jamón, hamburguesa Cordobesa sobre base de salmorejo y queso de cabra con crujiente de berenjena o su guacamole marino con anguila ahumada y totopos de maíz crujiente no se quedan atrás.

Una experiencia culinaria de postín, no apta para alejados de la causa más brasera, y a la que poner broche final con una milhoja con crema y nata o una tres leches, postre típico venezolano. Es pensarlo y complicado no relamerse.