Ya os he dicho, por activa y por pasiva, que no hay nada mejor que la distancia para poder volver a ver las cosas con claridad. Una práctica que también se aplica a nuestros afanes más gastronómicos para resetear el paladar y ponerlo a punto para la la siguiente aventura. Qué mejor manera de hacerlo que romper un poco con la norma de visitar esos restaurantes molones del centro, del barrio o del un poquito más allá para coger el coche, el cercanías, el bus o hacer autostop y viajar por la comunidad en busca y captura de nuevos sabores que confirmen que vamos por el buen camino. Chirón es un claro ejemplo de ello. F: Cortesía de Chirón

Localizado en Valdemoro (a 32 minutos del centro), Chirón es la fantasía y orgullo de los hermanos Muñoz, una pareja que aún consiguiendo su estrella Michelin no permitió que el norte se le desdibujara, permaneciendo auténticos y originales y siempre atentos al recetario de la olla, la cuchara y las tradiciones castellanas principalmente, de las que parten.

Si eres amantes de los ricos quesos que nuestra geografía puede ofrecer, no lo dudes, Chirón es tu sueño quesero hecho realidad

Un local donde Madrid consigue así descubrirse un poco más (dado que siempre se ha dicho que la cocina madrileña es una combinación de muchas cocinas) como fuente de ideas de lo más originales; siendo sus materias primas –obtenidas de las vegas de los ríos Tajo, Tajuña y Jarama– la prueba de tal proeza. Una propuesta absolutamente enraizada a la comarca y un futuro de lo más tradicional en el que los hermanos Muñoz se desenvuelven con gran facilidad mientras proponen y disponen en Chirón una serie de menús en los que el terruño, las influencias manchegas y los productos de kilómetro 0 son las bases de un éxito que entendemos.

Platos como su croqueta fundente de morteruelo, soldadito de Pavía con ajo y perejil, buñuelo de perdiz a la toledana, empanadilla de pisto con bonito, pestiño de conejo en escabeche de algas y hierbas frescas, nabo del cocido con garbanzos meneaos con comino y limón, yogur de morcilla, mojete de ostra y pepino encurtido, camarones en una sopa fría de ajo acidulada con piparras, tiznaos de verduras boquerón con queso añejo y anchoas de corzo, lubina pochada en escabeche de perdiz o un canelón de jabalí gratinado con bechamel de tuétano y trufa negra se encargan de demostrarlo sobre la mesa y nosotros, confirmalo al masticar. Fundido en negro; ojos en blanco. ¡Qué alegría!