Con tanta modernidad campando a sus anchas por las calles madrileñas es normal que, en ocasiones, nos queramos dar un respiro en esos restaurantes de toda la vida donde parece que el tiempo se ha detenido pero la calidad sigue intacta. Negocios familiares –muchos de ellos– que siguen levantando el cierre con una sonrisa y echándolo, cada día, con la satisfacción de haber alegrado el estómago del comensal. ¿Un ejemplo? El Jardín de Baco. F: Cortesía de El Jardín de Baco

Es de agradecer que aún existan restaurantes y/o tabernas como El Jardín de Baco, donde la comida siempre sabe rica y la única pega está en que no te puedes pedir todo

Cambiamos de rumbo y hoy nos lanzamos por Vallecas y alrededores a la aventura porque, según nos han chivado, en El Jardín de Baco (que cuenta con un segundo local) se come de maravilla. Un local con 40 años a sus espaldas que, situado en el frondoso barrio de Santa Eugenia, celebra la cocina segoviana como pocos gracias a unos proveedores de primera.

Un templo del buen comer donde las sobremesas se alargan hasta horas imposibles, pues el reposo que necesitan semejantes platos bien lo merecen. Fogones que no paran, camareros que hacen su servicio de manera impecable y una carta tan larga y variada que nos pone muy difícil la elección.

¿Qué pedimos entonces? Pues gambas al ajillo, berberechos al vapor o coquinas, zamburiñas frescas, el canapé de anchoa en salazón, la ración de crujiente de bacalao o sus mollejas, un escabeche de pechuga de gallo, las chuletas de cordero, el codillo, el chuletón de vaca, su impresionante cochinillo o las cocochas rebozadas, el rape al horno o la merluza al ajillo al horno (que está para dar palmas) si eres de pescado. ¿Postre? Torrijas o leche frita. Fin.