A pesar del frenetismo imperante en muchos de los restaurantes ávidos por soltar la comida en nuestros platos y de su escaso interés por mimar el producto, ya sea dentro como fuera de la cocina, todavía existen verdaderos centros de la gastronomía donde comer es un placer y el tiempo para ayudar a que el goce se multiplique en infinito.

Levantando cualquier tipo de envidia sana (o menos sana) debido en parte a su buen hacer en esto de los fogones, el restaurante Hortensio es un pequeño local en el que la franqueza y el entusiasmo de sus propuestas satisfacen con solo oír las opiniones de los comensales, siempre satisfechos.

Cocina académica con regusto francés y deje a Celler de Can Roca son los principales sabores con los que el chef Vallés plantea su innegable originalidad

A dos pasos de la Castellana y a un tiro de piedra de la transitada calle de Ortega y Gasset, el arquitecto Juan Pablo Domínguez se encarga de transformar lo que fuera la Taberna Casa Ciriaco en Hortensio, el sueño del chef (y ex olímpico de judo) Mario Vallés que, curtido en Francia, con parada en el Celler de Can Roca, celebra el sabor de lo novedosamente clásico. Allí desarrolla sus orígenes colombianos en una suerte de especialidades que tienen en el producto de temporada su mejor hilo conductor y en una carta muy sencilla y nada desarrollada, la más sabrosa apuesta que gusta al cliente entregado al descubrimiento.

Un local donde las ostras Gillardeau nº1 con emulsión de mirin y manzana, el foie grass fresco con tomate de árbol y crumble, el huevo ahumado con crema de patatas, boletus y emulsión de pecorino sardo, el rodaballo con pochas de Engawa y jugo de cerdo o la molleja de ternera en Yakitori con garbanzos confitados en regaliz, regalan al paladar una de las mejores y más texturizadas experiencias que rara vez impiden que las reservas para la siguiente cita, se resistan en la agenda.