Hay enclaves que nos ganan antes de probar su comida. Lugares que nos entran por los ojos como niño pequeño que come con ellos y nunca dice basta. Entornos que no siempre confirman que sus propuestas culinarias están a la altura del brocado de sus cortinas, la tapicería de sus sillas o la magnificencia de sus escayolas pero que, cuando lo hacen, nos dejan tan entregados a la causa que es muy difícil nos puedan levantar de allí. La Capilla de la Bolsa es de esos sitios que nos seducen de principio a fin y que, sin duda, hacen que nuestra agenda culinaria comience a hablar en serio. ¿Te vienes?

Cocina contemporánea y mediterránea que no pierde ni sabor o texturas por mucha técnica gastronómica con la que quieran sorprendernos

Localizado en pleno centro y bajo una bóveda de cañón barroca decorada con escayola y pan de oro, La Capilla de la Bolsa es un espacio reservado para 80 personas que quieren vivir una experiencia única. Un enclave que a través de los años fue la ermita de Santa Cruz, punto de reunión de templarios, logias masónicas y primera ubicación de la Bolsa de Madrid y que  ahora responde como restaurante de cocina mediterránea.

Un lugar que impone en un comienzo pero que, según va pasando el tiempo, nos hace sentir parte protagonista del artístico enclave gastronómico y en el que prima el sabor por encima de cualquier técnica culinaria.

Una capilla en la que poder degustar su tartar de anchoas, piparras verdes y rojas con aceitunas y bonito, las croquetas de rabo de toro, el jamón de Guijuelo con tomate rallado y pan de cristal, su espectacular carpaccio de atún rojo con guirlache de almendras y jarabe de chalotas, el veggie timbal de berenjenas o una ensalada de bogavante con la que perder el sentido. Primeros platos que acompañan a su arroz seco de pato y foie con aroma de romero, rodaballo al carbón con zanahorias escabechadas, filet mignon con salsa de café de París, su solomillo ibérico asado con confitura de naranja amarga, ajada de pimentón y puré de bellotas o un steak tartar como auténtica gloria para el paladar. ¿Postres? Mejor que te sorprendan…, ¿les dejas?