En los tiempos que corren, parece que la gastronomía está más preocupada por seguir haciéndonos relamer la modernidad que otra cosa, olvidando la herencia que la tradición ha dejado en nuestro país. Platos por todos conocidos que por su simpleza parece que han sido relegados, marginados (sin razón alguna) como niño pequeño en el cole y que han dejado atrás apuestas culinarias seguras sobre la mesa y que el comensal en su más latente melancolía ha pedido saborear de nuevo. Un target al que se enfrenta Lovnis como restaurante al que dirigirse como E.T. a la nave que le trae de vuelta a casa y que, una vez conocido, ves claramente como la ficción se ha convertido en realidad.

¿Soñaste en algún momento en comer sobre platos Duralex? Capricho concedido

Un negocio capitaneado por Iván Morales y Álvaro Castellanos, que han sabido atender las plegarias de sus más fervientes seguidores desde que su primer local, Arzábal, comenzara a hacer las delicias de quienes por allí nutrían alma, tripa y corazón.

Un restaurante de cocina básica sin artificio, con productos de primera división a precios ajustados, un horario que hace desear nuestra dosis de ocio en vena y un local que invita al slow food y a las buenas sobremesas. Una vuelta a ese bar ochentero en el que las patatas revolconas hacen lo propio con torreznos que necesitan que les reces antes de llevarlos a boca, la mítica ensaladilla que se presenta escandalosa, unas chuletas con su aderezo o unos huevos fritos con su perfecta compañía (el chorizo y los pimientos fritos). Todos ellos se convierten en los reyes de la sala y, al nombre de platillos (volantes), nos hacen abrazar al plato combinado como opción de categoría.

Un diner a la castiza en el que el amor por lo cotidiano se encuentra en cada rincón y donde, atención para los más melancólicos, puedes pedir limón helado o Comtessa de postre. Por favor, solo queda que vuelva La Bola de Cristal y ya está hecha la gracia completa. ¡Gracias Lovnis! Ochéntame otra vez y las que quieras.