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Ariana Díaz Celma

En Poblesec existe un puente aéreo que, en un instante, conecta la Ciudad Condal con la Grecia más suculenta. La puerta de entrada está en el 58 de la calle Margarit y Stefanos Balis (Pakta, Rilke, Pizzicato) ha sido el encargado de abrir este portal gustativo-sensorial al país del queso feta y los yogures de notable densidad a través del paladar. Ahora, este bonito chaflán, que ocupaba el denostado restaurante La Tomaquera en los últimos tiempos, recupera la esencia de su edad dorada circa 1935, cuando esta esquina albergaba el primigéneo Bar Margarit, una icónica bodega de barrio. El chef Balis, con la ayuda de Jordi Fenoll (Rilke, Dos Pebrots) ha llevado a cabo así una reforma integral que no solo ha dado un aire industrial y cálido al nuevo local, sino que también ha obligado a foodies de toda la ciudad a poner la chincheta en el mapa como destino gastronómico de culto en Barcelona, para degustar platillos que transportan a su Grecia natal vía el Mediterráneo.  F: Todas las imágenes cortesía de Margarit

Solo es necesario probar su pan de masa madre del vecino Forn Serra acompañado de olivas, queso y aceite para entender que el nuevo Margarit es toda una declaración de intenciones. Un restaurante que, de la mano de Stefanos Balis, tiene una clara intención pedagógica para que nos instauremos cómodamente en la cultura gastronómica griega. Así lo determina un plato como el fava, una suerte de humos elaborado con un guisante derivado de una planta de origen prehistórico en Akrotiri, Grecia. Cuentan que se lleva cultivando desde hace más de 3500 años y ahora ha viajado hasta Poblesec para deleite de todos. En Margarit se sirve con salazones, tomate seco y hojas de alcaparra; y sabe tan bueno que bien merece excursiones recurrentes para degustarlo.

Margarit tiene una clara intención pedagógica para que nos instauremos cómodamente en la cultura gastronómica griega

El fava solo ejemplifica la autenticidad de las propuestas que salen de su cocina abierta y de un comedor crudo cuyo color lo ponen los platos que se sirven. Otros casos de éxito de una carta escueta pero repleta de sabor son la pita frita con miel y albaricocque o la skordalia, un mezze griego tradicional, que aquí se sirve con gambas, suquet y orly, para no olvidar que, aunque de origen griego, la influencia catalana está servida. Además, Margarit saca pecho griego y elabora pitas artesanas que cambian con la temporada. Por ejemplo, y siempre dependiendo de la semana, se puede probar una pita a base de berenjena escaldada, nueces, huevo y queso graviera.

Stefanos y Jordi consiguen trazar un hilo conductor a través de recetas sorprendentes y sabrosas que, si bien tienen su partida en Grecia, también atisban tics de todo el Mediterráneo. Y lo consiguen de principio a fin, con postres que imprimen el ADN Margarit como el tulumba, un dulce típico de la vecina Turquía hecho con una masa frita recubierta por una crema de limón, que en esta casa se sirve con crema de azafrán y pistacho; o la leche caramelizada con nata y crumble de cacao.

Lo mejor de todo: cómo regar tan suculento manjar. Margarit cuenta con una carta de vinos naturales o de mínima intervención, entre los que podemos encontrar interesantes referencias griegas, algo único que consiguen gracias a la colaboación con Satyrs Wine. No obstante, también existen referencias de pequeños productores locales y libres, como sucede con el Ros Marina, un vino orgánico y ecológico que se trabaja según el método ancestral, y que resulta de una vendimia natural hecha en viñas propias.

Margarit cuenta con una surtida bodega de vinos naturales griegos

Comer o cenar en Margarit, te costará a partir de 40€ sin vino, aunque es también posible optar por un menú degustación de 42€ sin bebida.

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