Volvemos a hacer un alto en el camino para dejar de lado (un poco) las gastronomías exóticas del mundo para mirarnos en el espejo de aquellas que no quedan nada lejos, de aquellas cuyos sabores entendemos, de esas cuyos olores reconocemos, las mismas que gracias a su atemporalidad siguen gustando como el primer día. Y como no puede ser de otro modo, ponemos rumbo a Nájera, la auténtica taberna de barrio.

Tienen dos “sucursales” en Madrid, una en Claudio Coello y otra en Guzmán el Bueno, pero el que más me gusta es este último. Un lugar donde la barra es igual o más importante que la zona de mesas y donde las materias primas son de una calidad supina que sentimos irreal. Fogones que no paran desde 1959 y proveedores que son ya parte de la familia Nájera que te hacen sentir como en casa ya seas nuevo o fiel cliente.

Una meca a la acudir si harto estás de sofisticaciones sin ningún sentido y propuestas que venden humo y solo tratan de embaucarnos para defender una minuta que nos hace atragantar. Un pequeño bar de toda la vida donde la vecindad se lleva dando cita a sabiendas del buen hacer de sus propietarios.

Ambiente variopinto y servicio por encima de la media de lo que hasta ahora conoces son el mejor empaque de una Nájera de materia prima y originalidad sin salirse de la tradición

Producto, producto y más producto de cercanía y del día para agradecimiento de nosotros los clientes, que valoramos la gesta, y sabemos apreciar la frescura de cada matiz y la acertada disposición de cada una de las verduras, carnes, pescados y postres. Preparaciones sencillas que observamos en su mítica ensaladilla rusa, yemas de espárragos blancos, anchoas del Cantábrico, croquetas de marisco y lomo, ensaladas y chacinas de toda la vida que nos hacen recordar nuestra niñez, mariscos como las gambas rojas, blancas, cigalas, langostinos o percebes, solomillo, chuletillas de lechal, mollejas de cordero o callos a la madrileña de entre sus sabrosas opciones de carne y unos postres que van desde el flan de huevo, el arroz con leche o la tarta de queso al chocolate de la casa o los helados artesanos que ponen broche de lujo a una experiencia que necesitábamos en vena.