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Entramos en La Contraseña y encontramos un bar de techos altos, con una animada barra donde un público sediento de fin de semana brinda con cerveza o vino degustando una cuidada selección de pinchos. De una puerta en el pasillo de la izquierda sale Axel, que nos invita a cruzar el umbral del bar hacia el interior: “Bienvenidos a La Contraseña”.

Al final del vestíbulo se abre una segunda estancia compuesta por tres áreas: una sala-biblioteca con mesas bajas y altas, mapas enmarcados y recuerdos de viajes procedentes de todo el mundo. “Nosotros decimos que nuestro estilo es mediterráneo-colonial, uno inventado”, dice Axel cuando le preguntamos por la decoración. Contiguo a la sala, hay un patio coronado por una enorme claraboya acristalada. El patio cuenta con bananeros y kentias, una gran mesa de madera para grupos grandes y suelo de pavimento hidráulico. En una segunda altura, continúa el salón comedor con otra barra de bebidas al fondo. “Cuando dimos con el local lo tuvimos claro. Se trata de una antigua vaqueriza, y el nombre se me ocurrió al ver que tenía tantas estancias diferenciadas. Cuando entras por la puerta no esperas encontrarte todo esto. Subid conmigo arriba”. En la entreplanta nos espera el Gin Bar, una balconada con una barra de hierro y vidrio sobre la sala y el patio. El mérito en la reconversión del lugar tiene el nombre del arquitecto Álvaro Oliver Bultó.

La Contraseña es una antigua vaqueriza reconvertida en restaurante  de inspiración colonial con unos cuantos secretos por disfrutar

La carta de La Contraseña se basa en una propuesta gastronómica internacional del chef Javier Castillo Lamamie, con toques de nueva cocina vasca y francesa. “La idea es ofrecer un menú de calidad en un ambiente elegante y relajado por un ticket medio de 35 a 40 euros”, añade Axel. Los mediodías entre semana hay opción de plato del día y los viernes se está popularizando su cocido madrileño. Nosotros optamos por la cena y comenzamos con un caldo de carne inmejorable, preparando el terreno para los dos entrantes: burrata sobre tartar de tomate y croquetas de carabineros. De segundo, nos recomiendan el tataki de atún, el risotto de mar y montaña y la pluma ibérica. Para rematar, Sua, la encantadora maître, nos ofrece un cremoso de chocolate espectacular y el cóctel emblemático: un champagne con una receta secreta que lleva el nombre del local.

Axel vuelve y nos anima a acompañarlo escaleras abajo, por lo visto tiene más secretos que revelarnos. Aparecemos en un espacioso hall con un lavamanos común que hace de antesala para los baños. Torcemos a la izquierda y entramos en las cocinas a saludar a Javier y su equipo, un ejército de diligentes y serviciales camareros y cocineros ataviados con camisas y delantales especialmente diseñados para La Contraseña. “Ahora vamos a entrar a El Escondido”, anuncia Axel, entre misterioso y divertido. Al final del pasillo, hay una puerta blindada con una palanca circular de caja fuerte. Axel gira el volante metálico, abre el portón y extiende su brazo hacia el interior de la cámara. Y hasta aquí podemos contar.

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