¿Qué sería de Madrid sin sus tabernas, puros epicentros de la cultura más de siempre, más de casa, donde brindar con croquetas y quemar las calles vermut tras vermut debería alcanzar rango de deporte olímpico? Sería inconcebible pasear por el centro sin repostar energías en uno de estos locales de tradición, donde el camarero ya sabe lo que vas a tomar y donde el fiar ya no existe pero si una doble ración de bravas o calamares por cliente fiel.

¿Qué pasaría si a esta vorágine de baretos con historia se les uniera una tasca japo en interesante comadreo gastro?

Con un diseño del equipo de Revalora, a base de madera de roble y cáñamo, Izakaya Han podía enmarcarse en otro de los viajes de Chihiro, pero a golpe de casticismo y buenos y exóticos sabores japoneses de fogón a corazón. Una oportunidad de dejarse llevar al son del sol naciente sin prisa y muchas ganas de dejarnos sorprender, por lo que recomiendo escuchemos las recomendaciones de los preparados chefs y no caigamos en lo básico y predecible.

Una unión de casi 25 años de experiencia (entre Mi y Han) en la que el éxito no aspira a servir simplemente al comensal en un gran local, sino a ver su cara de alegría mientras degusta y paladea los platos de un negocio más pequeño pero efectivo, entre tanta oferta gastronómica urbana.

Especialidades como el kimchi, el misoshiru, las tori gyoza o el bulgoki, barbacoa coreana, ceden parte de su protagonismo al japchae (fideos con verduras y carne), sus suhis, sashimis, nori makis y espectaculares tempuras (la de langostinos pone los ojos en blanco) o un jeyuk bokkeum (panceta con verduras salteadas y salsa picante) que desconcierta y vuelve adicto al personal. Una taberna que no decepciona y que pese a apostar por ingredientes comunes en todos los japos de la zona, añadiendo su deliciosa y bien elaborada tarta de té verde, rehúye de la manada y celebra el éxito de la tradición oriental más intrínseca haciendo del tópico más típico la baza que moderniza y sirve para nuestra absoluta sorpresa.