Hay ocasiones en las que debemos hacer un alto en el camino entre tanta sabrosa o suculenta especialidad con la que agasajar al paladar y dejarnos llevarnos por ese lado más prohíbido, casi oscuro, de nuestro subconsciente. Quizá algunos no lo hayan pillado ya pero para los más avispados de la sala, decirles que sí, que lo que están pensando es a lo que nos referimos: el dulce. Tan «odiado» como amado en secreto o a voz en grito (que haberlos, haylos), el dulce es algo que necesitamos en vena como el aire para respirar y si es salido del obrador de Oriol Balaguer, la experiencia se convierte en necesaria en nuestras vidas. 

Localizada en pleno barrio de Salamanca, donde la Milla de Oro pierde su sofisticado nombre, nos encontramos con la sede madrileña de la pastelería del maestro artesano Balaguer. Una suerte para todos aquellos que necesitan su dosis y no saben dónde ir, la tienda (una boutique para ser más sinceros) donde todas las penas (todas) se olvidan para dar paso a un estado de placidez anímica pocas veces experimentado.

El diseño futurista del local y unas creaciones que le van a la zaga nos demuestran que las pastelerías que conocíamos son ya cosa del pasado

Un espacio aéreo en el que la única llamada por megafonía que podría darse sería la llamada a la glucosa en todas sus variantes y al buen hacer de Oriol Balaguer, famoso por sus cruasanes de mantequilla que enmudecen hasta al más descreído.

Pasteles que se sitúan a pie de vitrina sabiéndose exclusivos para cada temporada donde las texturas y las formas bailotean en una verdadera fiesta de sabores dulces, postres con nombres poéticos como Art, 8 Texturas o Insinuación, con los que meterte en el bote a cualquiera, chocolates y bombones artesanos y delicados y sus masas en bollería que no pueden engordar apenas de lo airosas y frágiles que son.

Una pastelería a la que poner rumbo si cansado estás de otras opciones más de andar por casa y que en el caso de la de Oriol Balaguer elevan a grado de alta pastelería cualquier opción a elegir por muy básica que parezca. Y es que una vez probadas sus creaciones, no querrás comer otra cosa. Ni salado, si me apuráis.