A veces hay reservas que te sorprenden porque la ida de olla es tal que no nos queda más remedio que rendirnos a sus encantos gastronómicos. En Ugo Chan pasa algo así. Según entras por la puerta no esperas lo mucho que vas a disfrutar y el gustazo que le darás a tus papilas gustativas con la apuesta del chef Hugo Muñoz, perdón, Ugo Chan.

Y es que si crías que todo estaba inventado, todo estaba probado, es que no conoces los dominios de este cocinero curtido en las cocinas de Ricardo Sanz y Abraham García, y que ahora nos emboba con una experiencia japonesa con giro muy madrileño.

Un sol Repsol, una estrella Michelin, sus ganas de hacértelo pasar bien y el buen humor de sus proveedores son el gancho con el que Ugo Chan se hace irresistible.

Una aventura a través de los productazos abastecidos por unos proveedores que ya son familia y que regalan al comensal un verdadero planazo para no olvidar. Un Ugo Chan donde ya sea a la carta (dividida en ‘Frío’, ‘Calor’, ‘Arroz’ y ‘Fin’), con alguna opción recomendada fuera de ella, o al ritmo del menú degustación Omakase, que bien merece la atención de todos nuestros sentidos, se logra rozar el cielo con los dedos y celebrar el talento de un Muñoz en estado de gracia y de puro nervio.

Un Ugo Chan que bucea entre lo más recónditos vestigios de una cocina milenaria para ofrecernos una propuesta de puro sabor y mirada en las tendencias actuales, pero sin perderse en postureo. Un restaurante marcado por la temporada y el buen hacer de un equipo que disfruta con lo que hace y lo transmite al comensal con platos tan deliciosos como fuera de lo normal.

¿De qué platos hablamos? Pues desde una miniberenjena almendrada con su propio tartar y miso, el torrezno de pollo, su ikizukuri de besugo con bilbaína estilo Guetaria o el curry japo de lenteja caviar con tataki de torcaz al bogavante en tres vuelcos, su tartar de toro con gelée de anguila ahumada y caviar iraní, las gyozas de callos a la madrileña con garbanzo frito, los nigiris de sardina con alboronía malagueña o huevo de codorniz con migas de “pastor japonés”, pasando por las habitas del Maresme con butifarra en brunoisse y jugo de calamar y su tartar o el temaki de “Kebap” de mollejas de cordero al carbón. Un delicia, brutal.