Ahora que los días se alargan y el tiempo está para planear en un no parar, decidimos coger transporte y poner pies en polvorosa para visitar La casa de Manolo Franco, un restaurante con verdadero encanto, buenos alimentos y alma de pueblo.

Los sueños muchas veces se hacen realidad. Si no, que se le digan al chef Manu Franco que muy poco tuvo que pensarse el volver a sus propios orígenes familiares para hacerse cargo del antiguo bar que sus señores padres levantaron con tanto cariño en Valdemorillo, muy cerquita de El Escorial.

Con un vermut y unas aceitunas se encarga de comenzar, el chef Manu Franco, el homenaje a sus raíces y a un pueblo, con alma, de los que ya pocos van quedando

Con estas mimbres, y junto a su esposa Carolina, Franco dejó su vida como periodista especializado en Fórmula 1 para, con muchas ganas y talento, dejar a toda la sierra de Guadarrama con la boca abierta y el suspiro en el cielo. Así, La casa de Manolo Franco volvía a primera línea gastronómica para devolver el cariño que tantos años atrás le ofrecieron a su padre sus fieles comensales, apostando por una cocina auténtica, sin engaños y de rotunda proximidad.

Un verdadero placer para el piquito más sibarita que Franco conseguía tras su paso por la escuela Cordón Bleu, que le añadía empaque y solvencia a este homenaje a la figura paterna, a esa promesa de no solo nutrir al visitante, sino también alimentarle el alma.

Poesía bien ejecutada y mejor entendida que le reportaba, en 2023, un sol de la guía Repsol y, en 2024, una estrella Michelin gracias a todo un universo culinario distinto; a una casa de comidas sensata, pero impredecible; a un recuerdo lleno de mucho presente y un futuro que tiene visos de seguir embelesando al paladar.

¿Por qué? Porque probar cualquiera de sus dos menús degustación es una templada histeria para el paladar que saborea, en La casa de Manolo Franco, cada uno de los matices de platos como su eclair de jabalina con chocolate blanco y caviar, las judías verdes a la brasa con yema y romero, el bikini de ciervo con humo y huevo frito, las croquetas de la abuela Pepa, la galleta de cacao con liebre y bergamota, el arroz cremoso de corzo, el guisante lágrima con sabayón y curry de campo, el escabeche de trucha con zanahoria y unos postres que los dejo a tu descubrimiento, pero que no rebajan el listón. ¿La vida en el pueblo? La vida mejor. Sin duda.