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Madrid es una ciudad a la que siempre se puede volver. Cuando uno la deja, sabe que se va con un billete de ida y vuelta. Madrid es una ciudad a la que siempre se puede llegar. Cuando es el que llega, se siente uno más desde que sale por la puerta de Atocha. En cualquier caso, aquí están unos cuántos lugares para despedirse o sentirse bienvenido.

Pon que es tu primer o tu último día. Tienes que desayunar sea el primero o sea el último. Qué mejor placer que ir a ver a Leo y Martina a Il Tavolo Verde, un antiguo taller de broncería donde esta pareja de argentino y maña han mezclado sus pasiones: las antigüedades, el arte y la cocina. ¿Estás cerca de Plaza Castilla por motivos ajenos a tu voluntad? Entonces aprovecha y desayuna en Super 8 con Patty y los suyos, en un videoclub-café dónde lo mismo te tomas un cappucino de tercera generación que charlas sobre la última película de Xavier Dolan. Si después coges línea 1 hacia el centro, para en Chamberí a tomar un buen vermú con torreznos en la Bodega de La Ardosa, o una caña al sol en la terraza de La Contenta, no sin antes ir a conocer a Pepita & Grano y hacer unas compras al granel dejándote aconsejar por ellos, son una revolución en el barrio. Si aprieta el hambre, enfila por la calle Ponzano y conoce Sala de Despiece y su degustación a pie de mercado, déjate sorprender por Muta, el restaurante mutante que en inverno es un brasileño y en primavera un homenaje al norte de España, o entra a La Contraseña, un restaurante de estilo colonial que guarda más de un misterio entre sus paredes. Espera, tenías que hacer recados por el centro y estás sepultado por las masas en la calle Montera. No cunda el pánico, inhala profundamente y busca un refugio: el Salón de Té y Jardín Secreto de Salvador Bachiller, en el tercer piso de la tienda de bolsos y complementos de la marca.

¿Más opciones para comer? La Vaca y la Huerta para los más carnívoros y amantes del sabor a campo, los Tacos Chapultepec para los fanáticos de México y los precios económicos, Aire para los sibaritas de las aves de corral y Baobab si te tira la cocina senegalesa. ¿Vas con amigos vegetarianos? Barrio de la letras: Tiyoweh, menú a 10 euros y tienda ecológica, terapias y yoga. A dos calles, el Rayén para los que no confían en que la comida vegana puede hacerte llorar de gusto. Otra alternativa a la carne es el Gauranga, para aquellos que quieran saber qué significa trascendental food y de paso darse un paseo por el puente de Segovia, la Almudena y la imprescindible Plaza de Oriente, una maravilla que nunca será lo suficientemente turística para los (nuevos y viejos) habitantes.

Éste es solo un recorrido descaradamente circunstancial, subjetivo y personal por los lugares que un habitante de Madrid ha conocido (y recomendado) en los últimos meses

Si has ignorado todas estas recomendaciones y te has marcado un suculento homenaje escocés en Los Chuchis de Lavapiés, también habrás acertado. Después y sin salir del barrio, puedes hacer sobremesa en Cafelito, sencillo y acogedor, La Fugitiva, una librería y olla cultural con tartas con nombres de escritores y Clea, una de las encargadas más estimulantes que han existido nunca, pero si aún sigues de cañas desde el mediodía y se va a alargar la cosa, te acogerán bien en El Aperitivo o el Parrondo, ambos subiendo hacia Santa Isabel. Detrás del Caixa Fórum está La Fábrica, galería, restaurante y tienda para darse caprichos artísticos o Miseria, diseño local de gusto exquisito para bolsillos moderados. Si nos empeñamos en seguir con Lavapiés y queremos segunda mano con fines solidarios: la tienda de Piel de Mariposa, una auténtica charity shop en calle Embajadores. ¿Más hambre cultural? Vamos al teatro: bajando la misma calle y cruzando a Palos de la Frontera encontramos Nave 73,  uno de los referentes del OFF madrileño también con bar para alternar antes y después de la función, así como Espacio LaBruc, en el corazón de Malasaña. Estás más paseo y de cine documental: baja hasta Legazpi y visita el apabullante Matadero, dónde encontrarás el templo del cine documental: La Cineteca, una ventana a la periferia que es una cesta de mimbre. Prometido.

Hablando de despedidas o bienvenidas, es típico mudarse en fin de semana. Si es sábado, Mercado de la Cebada: eliges productos de los puestos y te los comes allí mismo (además invitan a cerveza fresquita). Muy cerca, todavía en La Latina, están las chicas carismáticas de La Taberna Errante -y la ensaladilla de Elena, tremenda-. Si es domingo y te has levantado tarde, prueba al brunch de La Infinito (hay temática distinta según la semana del mes) y después piérdete por el Rastro. Klouví y Woody Metal son buenas paradas para hacer adquisiones. Si no eres de brunch ni de Rastro, pero sí de lunch y Noviciado, llama a La Gloria y reserva mesa para probar una de las mejores paellas valencianas de la ciudad o sus tapas andaluzas de pura cepa. A diez minutos dirección Plaza España (y con perdón del Parque de las Tetas), se puede cazar uno de los mejores atardeceres en el mirador del Templo de Debod. Desde ahí puede uno echar unas lágrimas y despedirse bien a gusto o anunciar a la ciudad a grito pelao que ha llegado para quedarse.

En cualquier caso, y tratándose de Madrid, llegar o irse es casi la misma cosa.