DHUB homenajea a Miguel Milà, el diseñador sin el que no es posible pensar Barcelona
Cuando Miguel Milà empezó a elaborar sus piezas, no sabía que estaba diseñando, según él, solo «resolvía problemas». La retrospectiva Miguel Milà. Diseñador pre-industrial respira esta vertiente empática del diseñador y se puede ver en el Disseny Hub hasta el 28 de septiembre.
Comisariada por su hijo Gonzalo Milá y por Claudia Oliva, la exposición recorre ocho salas que entrelazan la vida personal del diseñador con su obra. Desde su infancia en una casa burguesa de posguerra donde aprendió a valorar el ahorro y la utilidad, hasta sus últimos diseños, como un botijo de cerámica creado a los 92 años. Todo está marcado por una estética sobria, elegante y atemporal, en la que reinaba la harmonía entre líneas rectas y curvas.

Proyecto de dormitorio, 1966. Museu del Disseny-DHub. Fondo Miguel Milá. © Miguel Milá Diseño

Escaparate del estudio de Miguel Milá en Gres, 1964. Museu del Disseny-DHub. Fondo Miguel Milá
La casa del diseño barcelonesa recopila en esta muestra más de 200 piezas, muchas de ellas sacadas por primera vez del archivo del museo y de las colecciones de la familia, que explican el proceso de trabajo, sus orígenes y experiencia. Entre el material doméstico, destacan los primeros dibujos, que muestran la gran capacidad observadora de Milà desde niño. A esta habilidad, se le añadía, en una combinación perfecta, la voluntad de servicio como medio de subsistencia. En el documental de Poldo Pomés, que también se puede ver en la muestra, Milà explica cuánto le marcó la máxima de su padre: «sé útil y los demás te utilizarán», por la que él también vivía.
De este modo, el barcelonés, quien recibió de forma póstuma la Medalla de Oro de la Ciudad el pasado septiembre, identificaba los problemas y buscaba ser útil. Esto le llevó a crear una empresa de reparaciones caseras, TRAMO (TRAbajos MOlestos), que posteriormente sería la comercializadora de sus piezas. El fin era ayudar a los demás con trabajos que podían resultar farragosos.

Para el pionero del diseño español, las crisis eran «positivas» y fue precisamente en unas décadas de escasez, en las que el ingenio y la pericia técnica llegaron a soluciones hoy internacionalmente celebradas. Milà diseñaba espacios minimalistas no solo por gusto, sino por necesidad: interiores más bien esencialistas, amueblados con lo indispensable, debido a que «no había una industria de mobiliaria moderna», explica su hijo Gonzalo.
Así, las primeras de sus icónicas piezas de diseño nacieron en la década de los 50. Mientras estaba en la facultad estudiando arquitectura, su tía Núria, escritora, le confió el diseño de su despacho. Quería una lámpara con una luz general que se pudiera acercar o alejar, según se necesitase. La TN vio la luz (Tía Nuri), un prototipo que posteriormente fue la TMM y TMC (hoy en día en Santa&Cole) y cuya evolución se puede ver en la muestra. Una pieza que, a pesar de ser del 56, sigue respirando modernidad años después.

El justo equilibrio entre estética y utilidad
Milà defendía que diseñar es «ordenar los elementos que componen un todo»
Su obra es inconcebible sin la pieza que todo amante del diseño desea tener en su hogar: la lámpara Cesta, cuyo desarrollo también puede verse en la exposición. Milà encontró, por azar, un globo de vidrio en una fábrica en calle Aragón, cerca de Plaça Espanya, y este le pareció tan bonito que decidió hacerle una cesta con ratán para envolverlo. El diseñador también cuenta en el documental de Pomés que, como era complicado encontrar artesanos que trabajaran el ratán, esta pasó a ser de madera. Su hermana pequeña Cestita es la prueba de que Milà supo jugar perfectamente con las escalas para que los modelos menores de sus diseños quedaran logrados en proporciones.
El grifo de la serie Milà demuestra que el diseñador fue uno de los pioneros en sostenibilidad. Su diseño, con un mango muy depurado y minimalista, permite abrir o cerrar el grifo tocando la menor parte posible de su superficie. Una idea estética a la par que práctica ya que así no había que preocuparse de que la cal del agua deteriorara el mango, al tocarlo con las manos mojadas. En la posición principal de este solo salía agua fría; otro gesto con el que se buscaba el ahorro energético en instalaciones de gran escala como hostelería. De este modo, se conseguía que el objeto durase más tiempo y ahorrase recursos.

El banco NeoRomántico, presente en muchas calles de ciudades como Barcelona © Claudia Maurino

Interior de los vagones del metro de Barcelona de la serie 2000 diseñados por Miguel Milá, 1986
Diseño que ha formado la marca Barcelona
Barcelona ha sido el escaparate de su obra. Desde los proyectos de interiorismo para el Hospital Clínic, pasando por los vagones del metro con los famosos «asientos de misericordia», la parte posterior de los asientos en los que los pasajeros que van de pie pueden apoyar la lumbar, hasta los bancos Harpo instalados en la última edición de la Bienal Manifesta15 en les Tres Xemeneies, elaborados junto a su hijo.
Diseño y confort se unían para enriquecer la vida de los demás en un gesto de responsabilidad cívica. Tras décadas de falta de inversión en los espacios públicos por parte de los ayuntamientos, Barcelona empezó a incorporar mobiliario urbano pensado en mejorar la vida de los ciudadanos. Quizás la pieza más significativa sea el banco Neoromántico, que Milà ideó al ver que a dos ancianos les costaba incorporarse de este asiento. «Creo en el banco como elemento de comunicación; cuando te sientas, ya te obligas a decir ‘Buenos días'», defendía. En definitiva, diseño al servicio del bienestar común, sin el que sería difícil entender Barcelona.