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Julia Pont

Nos encanta cuando dos mundos colisionan y esta vez es gracias a Leandro Cano, el diseñador de Jaén que ha forjado su propia historia a partir de la influencia de su abuela y las vecinas del pueblo. Aunque su camino comenzó en la fotografía y el diseño gráfico en Granada —ciudad que alimentó su sensibilidad artística y lo conectó con referentes como Federico García Lorca—, fue una conferencia sobre Mariano Fortuny la que marcó un antes y un después en su trayectoria. Ahí entendió que su manera de expresarse no era a través de una cámara sino con la moda.

Desde el lanzamiento de su primera colección han pasado más de 10 años y ha ido construyendo su legado en el mundo de la moda poco a poco a partir de ahí, con esmero y cuidado a cada detalle. Ahora ha querido dar un paso más para cultivar su faceta multidisciplinar, y expandir su universo artístico creando su primera vajilla de cerámica. Bajo el título de Jaleo, Cano se ha alineado con Luis Torres Ferreras para colaborar en esta edición de piezas para la mesa, y con Carlota Casado para la dirección de arte de la campaña.

Jaleo es mucho más que una vajilla: es una declaración de identidad cultural. Cada pieza ha sido trabajada artesanalmente, rescatando métodos casi olvidados que aportan alma y autenticidad. Se combinan dos técnicas tradicionales: la sobre cubierta, que permite pintar a mano con un pigmento beige especialmente desarrollado para esta colección; y la manguilla, un proceso ancestral vinculado a La Rambla que añade texturas y relieves únicos.

La idea de crear esta colección ha sido gracias y tras el reconocimiento que se le ha otorgado a Leandro por la Academia de la Moda Española y haber obtenido el Premio a la Sostenibilidad, Innovación y Alta Artesanía. El diseñador ha vuelto a alinearse con Luis Torres Ferreras para colaborar en esta primera edición de piezas de arte para la mesa, y con Carlota Casado para la dirección de arte de la campaña.

El resultado es una serie de objetos que, aunque funcionales, trascienden lo utilitario para convertirse en pequeñas esculturas cotidianas: arte que se toca, se usa y se celebra.