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Raquel Bueno

Tras el brutal linchamiento a plena luz del día de Ahmaud Arbery y los asesinatos a sangre fría de Breonna Taylor, George Floyd, Tony McDade y David McAtee a manos de la policía americana en los últimos días, parece que el mundo ha recibido una buena sacudida. Pero no nos engañemos, estos crueles asesinatos de personas negras y racializadas siguen sucediéndose alrededor del mundo todos los días –también, y a niveles preocupantes, en España–, y continúan gozando de la impunidad y el amparo que este racismo sistemático e institucional les proporciona. De un supremacismo blanco que ha empapado hasta la última institución española y que ha dado la espalda a miles de refugiados, sirviéndose de una violencia policial inhumana y negando el Ingreso Mínimo Vital a migrantes en situación irregular y dejándolos morir –si no matándolos con sus propias manos– en Europa, el mar Mediterráneo y la valla de Melilla. Y no hablemos ya de los CIEs… Probablemente la vergüenza más grande de España. F: Ahora más que nunca es imperativo educarse en el antirracismo. Parte de la acción llevada a cabo por el artista Jammie Holmes en Los Ángeles. © Jammie Holmes

La transformación debe tener lugar en nuestras mentes al mismo nivel que ocurre en las calles y en las redes, donde parece que las apariencias y el miedo a ser señalado como racista priman por encima de las acciones y una voluntad real de cambio

En palabras de Kemi Alemoru, que lo explica mucho mejor que yo en la revista gal-dem –una publicación comprometida a contar las historias de mujeres y personas de color no binarias–, “la amarga verdad es que la muerte negra no es una falla en el sistema, es el sistema funcionando precisamente en la forma en que fue diseñado”. La respuesta, tal y como apunta Alemoru, no puede ser la reforma si no la abolición de las estructuras e instituciones que fueron diseñadas para oprimir a las personas negras y racializadas. Un cambio radical y estructural del sistema que protege a los racistas y supremacistas blancos, para que por primera vez sientan miedo real de ser abiertamente racistas y sean condenados por sus crímenes.

Pero la transformación debe tener lugar en nuestras mentes al mismo nivel que ocurre en las calles y en las redes, donde parece que las apariencias y el miedo a ser señalado como racista priman por encima de las acciones y una voluntad real de cambio. La respuesta más lógica, como siempre, es la educación. Escuchar, informarnos y educarnos en un conocimiento que el sistema educativo español, de hecho, nos ha negado; de forma que podamos empezar a entender y deconstruir nuestros privilegios como personas blancas y hacer llegar la información a otras para que puedan hacer lo mismo. Aquí una lista de libros que pueden ayudarnos a recorrer ese camino:

Y un larguísimo etcétera que os animo a compartir en los comentarios. ¡A leer!