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Raquel Bueno

Doce días. Ese es el tiempo exacto que llevo confinada entre las paredes de mi casa, con toda la ansiedad existencial que dicho hecho conlleva y tanta energía que, francamente, ya no sé qué hacer con ella. Tras un resfriado breve y un ligero susto inicial –no, no tengo coronavirus–, no me quejo: por ahora tengo trabajo, acceso a comida de calidad y algo de vino (aunque lo admito, las reservas han bajado).

Charles Bukowski fue el último escritor maldito de la literatura norteamericana y uno de los autores más destacados del denominado realismo sucio

Con todo, entiendo que no habéis venido hasta aquí para leer mi diario personal (una lástima). Habéis venido a por un buen libro, y eso es lo que os daremos. Y es que en estos extraños tiempos que corren, en los que el hecho más emocionante del día resulta en repetidas ocasiones en salir a tirar la basura, nuestra necesidad humana de escapismo es mayor que nunca y nos impulsa a leer.

A leer para viajar más allá de las fronteras de nuestras casas, que nos conducen a una ascendente claustrofobia. A leer para volver a tiempos que fueron mejores o, en ocasiones, peores (sádicos los hay en todas partes, ya se sabe). A leer para pensar que lo mejor está por venir, como cantaba Sinatra. Y a leer, en definitiva, para reírnos un poco de todo esto a falta de alternativas más deseables. ¿Qué mejor momento habrá, digo yo, para empezar a leer a Bukowski que éste?

Ay, Bukowski, Bukowski… A pesar del palpable machismo de sus textos –de los más iniciales, al menos–, siempre ha sido uno de mis escritores predilectos. Nacido en 1920 en la pequeña ciudad alemana de Andernach y fallecido en 1994, a los 74 años, fue el último escritor maldito de la literatura norteamericana y uno de los autores más destacados del denominado realismo sucio a causa de su altamente documentada mala vida. Esta semana os proponemos una inmersión literaria en una de sus mejores obras: Mujeres.

Mujeres, de Charles Bukowski

© Raquel Bueno

En Mujeres, una de las novelas más aclamadas de Charles Bukowski (1920-1994), su álter ego Henry Chinaski –el viejo indecente, un perdedor nato– se encuentra a los cincuenta años con una creciente reputación literaria, algo de dinero en el banco y mujeres: montañas de mujeres. Se le ofrecen en los recitales de poesía –a los que casi siempre asiste borracho–, le escriben cartas procaces junto a imágenes subidas de tono y le llaman a todas horas.

Mujeres constituye un firme relato sobre la soledad humana, el dolor y, en última instancia, el amor

Chinaski las quiere todas, busca desquitarse de sus largos años de abstinencia forzada. Sin embargo, este inacabable maratón sexual constituye a su vez un intenso proceso de aprendizaje y autoconocimiento, en el que el escritor no escatima sarcásticas observaciones sobre sí mismo y donde el machismo de obras anteriores queda seriamente erosionado.

Todo ello, unido por un hilo conductor de incontables borracheras: el alcohol actúa en la novela como un mecanismo que permite a su protagonista seguir viviendo, a la vez que le destruye. Tómese como ejemplo uno de sus extractos más célebres: “Ése es el problema con la bebida, pensé, mientras me servía un trago. Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase algo”. ¿Suena familiar?

En esta obra maestra que nos ha regalado la literatura norteamericana, Bukowski parece sugerir que las alternativas al estilo de vida de su principal personaje –una carrera más respetable, literaria o lo que fuere– son aún más deshumanizadas. Es por eso que constituye también un firme relato sobre la soledad humana, el dolor y, en última instancia, el amor. Si no la habéis leído todavía, no esperéis más.